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Twice in the Island

Relatos Románticos y Fantásticos
Volumen II

ana

 

 

Edición en formato digital: mayo de 2011
Edición en formato impreso: julio de 2011

© 2011, Ana Martínez de la Riva Molina

C/San Juan de la Cruz 38, 28770 Madrid

Depósito Legal: M-26557-2011
ISBN: 978-84-615-2232-3

 

Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

 

 

 

 

 

 

 

 

PARA MIS TRES AMORES, MIS HIJOS ANA Y RAÚL Y MI MARIDO JUANJO, SIN ELLOS HUBIERA SIDO IMPOSIBLE CREAR ESTAS HISTORIAS.

GRACIAS POR VUESTRO APOYO Y VUESTROS CONSEJOS
CAPÍTULO I Año 1.868

Todo empezó en un cuartito de costura. Estaba bordando unos pañuelos para regalar a mi tía, Efi. Vivía con ella desde los tres años. Mi madre era su hermana menor. Hacía muchos años que una enfermedad se la había llevado. Casi no recuerdo su cara, por aquel entonces tenía tres años. Han pasado quince. Ya soy una mujer. Me apena no tenerla en estos momentos.

Una idea peregrina, ha pasado por mi mente. Mi padre, Remin, era un aventurero, en busca de tierras sin explorar. Magda, mi madre, siempre lo acompañaba, él, la necesitaba. Estaban muy enamorados. Cuando nací, formé parte de su grupo explorador. Los tres, en un barco, surcábamos las aguas de los continentes. Divisamos en el último viaje, una pequeña isla, en medio de un mar embravecido. Como pudimos llegamos a la orilla de una playa, con arena muy fina. Yo disfrutaba al pisarla. Estaba muy contenta. Mis padres tenían el semblante muy serio. Parecían muy preocupados. En mi inconsciencia, no entendía los peligros, que nos acechaban. Estábamos perdidos. El barco se encontraba varado en la orilla. Nos salvamos de milagro. Remin, rebuscó todo lo que pudo de víveres para sobrevivir. Y el material imprescindible, para abrirnos paso por la selvática isla. Pasamos unas semanas, que a mí, me parecieron idílicas. Era una verdadera aventura. Comíamos lo que podíamos de los árboles, todo a base de plátanos y cocos. Todo iba bien, hasta que unas terribles tormentas, nos calaron hasta los huesos. Desgraciadamente nos pusimos enfermos. Empecé con una tos muy fuerte, mis padres estaban desesperados. La fiebre era muy alta, los escalofríos no me dejaban descansar. Estuve varios días a punto de morir. Me refrescaban todo el cuerpo, no llevaba ropa. Con barro me envolvían para mejorar la calentura. Un atardecer me desperté muy alegre y me puse a jugar con las cañas que en la orilla del mar se amontonaban. No me preocupé por mis padres, seguí entretenida durante mucho rato. Se hizo de noche y empecé a llamarlos, nadie respondía. Con miedo me adentré en la jungla, donde solíamos tener nuestro refugio. Los hallé delirando, habían contraído mi misma enfermedad. Me tumbé, junto a ellos a esperar el final. Ya no tenía angustia por sentirme sola. Pasó una eternidad, hasta que oí unas voces lejanas, me parecía que soñaba. No me moví del sitio, estaba en medio de mis padres. Los ruidos se aproximaban más, hasta que un grito me asustó.

-¡Hay una familia aquí. Correr todos, están muy enfermos! ¡Llamar al capitán Luck, él sabrá que hacer!

Cerré los ojos con todas mis fuerzas, no resistía oír nada más. Se amontonó un grupo de hombres uniformados alrededor de nosotros. Una voz de mando, gritaba, apartando a los soldados ingleses de su majestad.

-¡Dejadme paso, apartaos, no dejáis respirar a esta pobre gente!

-Me temo mi capitán que hay un superviviente, los demás están muertos.

-¿Está seguro, comandante Rony? A lo mejor se han quedado dormidos con la fiebre.

-Me temo, que eso es lo que les ha matado, la fiebre. La pequeña parece estar bien.

No hablé ni una palabra. La tripulación, se encargó de enterrar a mis padres. Echaron mucha arena sobre ellos. Les ubicaron debajo de nuestro asentamiento. Desde entonces no les he vuelto a ver.

El trayecto en el barco, me resultó muy extraño, todos se portaban muy bien conmigo, pero no consiguieron hacerme hablar. Estaba en una nebulosa, sin comprender nada ni asimilarlo. Antes mis padres, se encontraban junto a mí, y luego ya no los vería jamás.

Me trasladaron hasta Cambridge, donde residía mi tía Efi. Gracias a ella recuperé las ganas de vivir y la alegría.

 

CAPÍTULO II

En estos momentos sumida en mis recuerdos, mientras bordo unas flores a punto de cruz, unas lágrimas empapan la costura. La historia se vuelve a repetir, mi tía Efi, se está muriendo. Lo último que me ha pedido, es este simple pañuelo, para llevarlo con ella, cuando Dios se la lleve.

Siempre me ha tratado con verdadero afecto, he sido una hija para ella y ella una madre para mí.

Ahora está dormida, me abruma en el corazón, la cuido con todo el amor que poseo, es la última persona que me queda. No entiendo lo ocurrido en mi corta vida. Mi tabla de salvación se me hunde y no sé cómo saldré a flote.

Terminé de bordar el pañuelo, entré en el dormitorio de mi tía, y se lo puse en sus frías manos. Dios, se la había llevado, me arrodillé a su lado y lloré por la pérdida tan dura a la que había sido sometida de nuevo.

Vivo en una rectoría. Mi tío Jess, era el párroco, de Cambridge. Al morir, su sustituto, nos había dejado seguir viviendo a mi tía Efi y a mí.

Era un hombre muy serio, joven, pero su mirada lasciva, me repugnaba. Creo que quería casarse conmigo. Está dando misa a los feligreses, es una serpiente, vestida de cordero. Se alegrará de mi dolor, así me tendrá en sus garras. En el fondo le tengo miedo, siempre echo el cerrojo en mi alojamiento. Huele a sulfuro, como si proviniera del infierno. Sé que es absurdo imaginarle como al demonio, pero es la impresión que me da.

Tía Efi, la mujer más bondadosa del pueblo, tan alegre y cariñosa, no sé porque me ha tenido que abandonar. Cómo sobreviviré, sin recursos económicos, sin futuro de matrimonio. Ningún caballero se ha atrevido a pedir mi mano, por temor a las represalias del nuevo párroco.

¡Qué horror, ya llega! Hoy, le toca beber más vino de la cuenta. Los sábados, se desmadra y su depravación no tiene límites. Alguna pobre incauta caerá en sus garras. No lo quiero ni pensar.
Cuando me ocupe de mi pobre tía, abandonaré para siempre estás tierras. Nada puede ser peor, que vivir en un tormento, bajo el yugo de este ser tan despreciable. Hasta su físico me repugna, está muy obeso, las carnes blancas y sebosas, le cuelgan por todas partes, es rechoncho, y calvo, con una mirada atravesada, la nariz está torcida de una paliza que le dieron en el orfanato donde se crió. Y la boca es una línea cruel. Todo se sumerge en una burbuja de lodo y hedor.

-Magdalena, querida, ha llegado tu fiel servidor. Puedes ponerme un poco del licor de sauco que haces con tu tía, si no es mucha molestia.

-Por favor, le pido un poco de respeto y compasión, mi tía acaba de fallecer. No creo que sea el momento de celebraciones, me gustaría que oficiara una misa discreta para los más allegados, y que reciba un entierro digno.

-¡Oh! Querida cuánto lo siento. Ven a que te de las condolencias como te mereces.

-Es muy amble, por su ofrecimiento, pero estoy velando a mi querida tía Efi. Las doy por recibidas.

Me levantó del lado de la cama de mi tía, y me buscó la boca, para saborearme, me estrujaba todo el cuerpo, intentaba apartarme de él, tenía una fuerza descomunal. No podía gritar, porque si no se aprovecharía para introducirme su asquerosa lengua, le mordí en el labio como defensa y chilló como un cochinillo. Me soltó un bofetón que me tiró al suelo. Como pude, me arrastré y salí corriendo de la rectoría, toda despeinada y con la cara marcada. Corría y corría sin mirar atrás, me daba horror encontrármelo o que me alcanzará, llegué hasta el puerto y en el primer navío que encontré me escondí. Busqué un camarote, me encerré en él con llave y me derrumbé en la cama desmayada.