Karl y CinthiaRelatos Románticos y Fantásticos.
Volumen VI
Ana |
Edición en formato digital: mayo de 2011
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PARA MIS TRES AMORES, MIS HIJOS ANA Y RAÚL Y MI MARIDO JUANJO, SIN ELLOS HUBIERA SIDO IMPOSIBLE CREAR ESTAS HISTORIAS.
Abrí mi correo, había puesto un anuncio para dar clases particulares en cualquier lugar de Inglaterra. No quería seguir viviendo en la residencia de mi padrastro. Hacía pocos meses que por desgracia mi madre murió, montando a caballo, en las propiedades en el campo, que poseía mi familia. Mi único pariente y tutor, era un militar retirado del ejército de su majestad. Era un hombre muy autoritario y agresivo. Su afición a la bebida le había envilecido y ya no soportaba permanecer en su compañía. Me escabullía en la mansión, escondiéndome en cualquier sitio donde no pudiera encontrarme.
Había echado el cerrojo de mis aposentos. No quería ser interrumpida por el servicio o por él. Últimamente me buscaba constantemente y veía en su mirada algo cruel en sus intenciones poco honestas hacia mí.
Mi verdadero padre, Sir Henry Stuart, era un eminente estudioso del comportamiento humano, un psiquiatra especializado en trastornos de la personalidad. Mi padrastro, el Coronel John Reightmond, era uno de sus pacientes y al final un amigo íntimo de mi familia. Se fue apoderando de todas nuestras posesiones poco a poco e introduciéndose en nuestro círculo social. Tenía quince años, cuando una enfermedad incurable se llevó a mi padre lejos de nosotras. Mi madre, Alexandra de origen alemán, muy bella y apenada por nuestra soledad, se refugió en el cariño del Coronel. Al principio fue todo amabilidad y compresión hacia nosotras. Mi madre, cayó bajo el embrujo de sus encantos, a mí nunca pudo engañarme, con su falsa modestia y sinceridad.
Guardaron un año de luto como era la tradición. Mientras tanto a mí me enviaron por recomendación de mi padrastro, a un internado para señoritas en Londres. No quería separarme de mi madre, pero la tenía hechizada y hacía todo lo que él, la pedía.
Estuve alejada durante tres años, sin verla y sin recibir ni un solo mensaje. En Navidades debía pasarlas en compañía de alguna de mis compañeras. Hice unas maravillosas amistades. Terminé mi excelente formación en el internado y me disponía a regresar a mi hogar, cuando recibí un telegrama de la defunción de mi madre, en un accidente de cacería montando a caballo.
Mi mundo se volvió oscuro. No podía creérmelo, era imposible que no me hubiera ni tan siquiera haber despedido de ella, ni haberla cuidado en su agonía.
Fue una crueldad por parte del Coronel, no avisarme antes de que sufriera ese terrible desenlace.
Ahora estaba en sus manos. Tenía todos los derechos sobres mí, hasta que cumpliera los veintiún años y se leyera el testamento de mis difuntos padres.
Tenía que huir como fuera de su alcance y no parar hasta refugiarme en cualquier propiedad que necesitaran a una institutriz, y esperar escondida, tres años para recibir mi herencia.
Muy nerviosa abrí el sobre con la carta:
“ Señora necesito ayuda, no sé escribir, ni leer, estas palabras al igual que su anuncio, mi asistente personal, me ha ayudado a leerlo y escribirlas.
Espero su urgente viaje a Austria. Le envío un pasaje en barco para su pronta llegada hasta Alemania y desde allí un tren la trasladará a Salzburgo.
Un cordial saludo:
Von Karl Bressan “
Se cayó el papel al suelo, cuando unos fuertes golpes aporreaban mi puerta. Era mi padrastro.
Suspiré.-¡Enseguida bajo para la cena, mi señor padre!
Continuaba vociferando, estaba otra vez borracho.
-¡Abre hija o tiro la puerta a bajo!
Escondí la carta debajo de mi almohada.
Descorrí el cerrojo y antes de que pudiera pasar, salí al pasillo cerrando mi dormitorio.
Me agarró muy fuerte del brazo y arrastrándome escaleras abajo, casi tropiezo y me caigo, aprovechó para apretarme contra su cuerpo e intentó besarme en la boca, echándome su pestilente aliento a licor. Giré la cara antes de su baboso beso y le empujé lo más fuerte que pude. Se cayó rodando por los escalones.
Cuando paró en el hall de la estancia, se levantó y chilló con un grito de guerra abalanzándose escaleras arriba a por mí. Eché a correr otra vez hacia mi dormitorio y eché el pestillo. Estaba fatigada por la carrera y el miedo a ser deshonrada, como cualquier mujerzuela de taberna.
Mis planes tendrían que realizarse inmediatamente. Rápidamente cogí una bolsa de viaje y metí lo más imprescindible. Abrí mi joyero y todas las posesiones que me habían regalado mis padres, las guardé junto a mi ropa. Algo de dinero que tenía ahorrado, lo metí en mi bolsito de mano, junto con la carta.
Unos gritos ensordecedores atravesaban las paredes de mi habitación. No podía salir por la puerta, mi padrastro estaba con el atizador de la chimenea, destrozándola. Y vociferaba incongruencias sobre mi falta de respeto por él y las consecuencias a las que me vería sometida. Iba a casarse conmigo y hacerme una mujer honrada. Con mi belleza no podía consentir que fuera de otro hombre. Era suya y nadie le iba a impedir conseguirme.
Unos escalofríos recorrieron mi cuerpo de miedo.
Me asomé al balcón y la caída iba a ser dolorosa. A no ser que bajara por el árbol que justamente se encontraba a mi alcance.
Con las sábanas de la cama, hice un hatillo para guardar la bolsa de viaje y mi bolsito y me lo colgué en mi hombro, para tener las manos libres y reptar hacia abajo por el tronco y de rama en rama.
No me quedaba tiempo, lo más aprisa que pude saqué mis piernas, estiré mis brazos y me sujeté al árbol.
Con todo el cuidado que pude, bajé apoyándome con los pies y las manos. Y con el vestido largo recogido entre mis piernas para que no se enganchara con alguna rama.
Con mucha fatiga, logré pisar el suelo.
A toda velocidad fui a las caballerizas y al mozo de cuadras le hice unas señas para que guardara silencio. Ensillé a mi yegua Patty y a todo galope salí disparada hacia el Puerto de Londres.
Miré hacia atrás despidiéndome mentalmente de mi casa y vi asomado por mi ventana, al Coronel chillando de rabia.