La Herencia de JudithRelatos Románticos y Fantásticos.
Volumen VI
Ana |
Edición en formato digital: mayo de 2011
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PARA MIS TRES AMORES, MIS HIJOS ANA Y RAÚL Y MI MARIDO JUANJO, SIN ELLOS HUBIERA SIDO IMPOSIBLE CREAR ESTAS HISTORIAS.
¡Qué daño me he hecho con el martillo!
¡Quién me mandaría vender todas mis pertenencias y venirme a la casa de mi difunto abuelo!
¡Todo por una herencia!
La mansión está que se cae. Por muchos clavos que intente clavar en la madera del suelo, es imposible.
Ahora tendré que poner un anuncio, buscando un carpintero o manitas que se dedique a arreglar toda clase de cosas, en una casona más antigua y deteriorada que he visto nunca.
Primero me curaré el dedo pulgar, está el doble de grande por el golpe que me he dado.
¿Dónde habré metido el hielo?
Pero que estaré buscando, si todavía no tengo nevera.
La culpa la tiene la listilla de la abogada, cuando me recomendó liquidar todos mis bienes y venirme a cambiar de aires, de la estresante ciudad, por un idílico paisaje bucólico de paz y tranquilidad.
Si por no haber, no hay ni electricidad ¿Cómo voy a seguir trabajando en mis diseños de alta costura sin Internet?
Es volver a la Edad de Piedra.
Tendré que bajar al pueblo con una única tienda para todo y decirles si conocen a alguien que quiera ganarse dinero, reconstruyendo el mausoleo.
Me da escalofríos hasta dormir aquí sola. Parece un museo, pero de terror. Que gustos más extraños tenía mi abuelo. No entiendo por qué me dejaría sus tierras sin conocerme. Cuando mi madre se marchó de esta casa, la desheredó. Más bien la pobre huyó con dieciséis años, con el primer turista que llegó a este lugar tan siniestro. Mi padre. Lo curioso del caso es que todavía siguen juntos y se quieren más cada día. Se dedican a viajar por el extranjero y les encanta conocer nuevas culturas.
Mi padre, es un apasionado de la historia, es unos años más mayor que mi madre, ya está retirado, decidió adelantar su jubilación, cuando cumplió los cincuenta años, era profesor de historia, en un Colegio Privado de chicos en Londres, donde, él nació. Mi madre, vino al mundo en esta ruina de mansión.
En un lugar perdido de Escocia. Desde luego historia si que tiene. Debe ser de la época de la romanización.
No me extraña que mi padre, en su afán de descubrir la antigüedad de Gran Bretaña, llegara hasta este rincón perdido y encontrara a su amada. Era un solterón y ante la belleza y juventud de mi querida madre sucumbió.
Menos mal, si no, no estaría quejándome sin parar. Han pasado veinte años desde entonces, la edad que voy a cumplir dentro de unos meses.
Soy su única descendiente. No tuvieron más hijos porque no vinieron. Les hubiera gustado tener familia numerosa. Y así me han educado, instruyéndome en todas las materias. Mi madre siempre la ha gustado coser y yo he adquirido sus mismos gustos, ella, trabajaba en casa cuidándome y siempre con una aguja en la mano.
Cuando me independicé, diseñando modelos en una casa de alta costura, es cuando decidieron vivir como dos nómadas y viajar sin rumbo fijo.
Nos llamamos por el móvil muy a menudo. Son unos buenos padres a los que adoro y estoy muy orgullosa de ellos.
Estarán preocupados desde Hong Kong, su último destino. Les comenté mis planes de trasladarme a las raíces escocesas. Ya que he vivido siempre en Londres, deseaba conocer mi otro yo.
Mi madre no estaba contenta, sus recuerdos eran muy dolorosos y tampoco comprendía porqué mi abuelo me dejó todas sus posesiones.
Ya lo entiendo, será para castigar a mi madre a través de la nieta.
Voy a ducharme y cambiarme los pantalones cortos y la camiseta, están llenos de polvo de tanto limpiar e intentar reparar lo irreparable.
Dentro de lo malo hay agua corriente y estamos en verano. El calentador por supuesto ni funciona, más bien creo que ni existe. No lo he visto por ningún lado.
Haré una lista de lo más importante para comprar en la tienda. Y espero ser afortunada y que un alma caritativa se apiade de mí y venga a restaurar el edificio entero.
El chorro helado me espabiló y me quitó el cansancio.
Me puse un vestido de tirantes corto para mitigar el calor. El cabello castaño rojizo largo, lo recogí en una coleta alta. Pinté una raya de color negro en mis ojos verdes claros para resaltarlos, mi nariz un poco chatita, la empolvé para taparme las pecas, un toque de color en mis mejillas, brillo a mis gruesos labios y sonreí al espejo. Mi esbeltez me proporcionaba distinción. Estaba acostumbrada a ir siempre muy arreglada al trabajo, estaba rodeada de hermosas modelos y no quería parecer un fantasma descolorido con mi blanca piel.
No deseaba destacar, por todo lo contrario. Y al final resultó que los modistos pensaban que era la chica de la pasarela.
Quiero dar buena imagen en el pueblo, aunque creo que debe habitarlo fantasmas. Hace un día que he llegado y nadie ha venido a ver quien residía en la mansión ancestral.
Las sandalias de tacón alto, quizás no armonizaban con este lugar. En fin, allá vamos. Un paseíto andando entre la arboleda de la propiedad es de lo más apropiado, con el conjunto de ropa que llevo.
No me caí de milagro. Tropecé unas cuantas veces con las raíces de los árboles y las ramas caídas. Al fin divisé el campanario de la iglesia y unas cuantas casas alrededor, era todo lo que contenía el pueblo.
Me dirigí a comprar en la esquina de una de las casas, ponía un cartel, de ultramarinos. Me fijé en él ayer, cuando pasé de largo con el coche de alquiler con conductor, que me llevó. Claro un autobús era impensable que pasara por aquí, ahora que contemplaba el panorama.