Antes Despues
Nos lo pasábamos muy bien. El único problema era cuando los veranos estaba con mi madre y luego teníamos que separarnos.
Fueron unos años de alegrías y tristezas.

 Hasta que una tarde muy fría de invierno en Boston, me llamaron al despacho de la directora del internado. Pensé que me iba a felicitar por mis excelentes resultados como estudiante.
Cuando me entregó un telegrama y me dio unas palmaditas en la cabeza con mucha pena reflejada en su cara, supe que  algo malo pasaba.
Leí  el telegrama y me desvanecí.

 No recuerdo nada más. Hasta que un día abrí los ojos y mi abuelo estaba junto a mi cama, en una habitación de hospital. Me habían estado sedando por un ataque de nervios.

Me miró y me dijo: -mi niñita vamos a comenzar una nueva vida. Estamos los dos solitos. Te vendrás conmigo a España y te prometo que te haré feliz.

-Abuelo. No sé si tendré fuerzas para acompañarte. No me siento bien. El pecho me duele mucho.

Me cogió de las manos y me las beso. -Sé que puedes conseguirlo. Debes hacerlo por ti primero, luego por tu viejito y después por tus amados padres. Ellos no querrían que te sintieras triste. Su deseo más profundo era que su hijita siguiera siendo feliz y que los recordara con amor y alegría. Ellos son tus Ángeles de la Guarda, te acompañarán siempre, estés donde estés.

-Gracias, abuelo. Iré contigo por vosotros. Todavía no estoy preparada para irme por mí. Algún día lo conseguiré. 

Y aquí estoy, en Málaga en la casa que me dejó mi querido abuelo, sin él, jamás me hubiera recuperado.
Todo lo que soy ahora como mujer a mis dieciocho años, no lo sería sin su amor, protección, alegría y el oficio que me enseñó y legó: amar a las plantas, flores, árboles…
Respetar a toda la naturaleza, a las personas y animalitos.

Todavía nos he dicho que mi nombre me lo puso él, me llamó Violeta,  porque parecía una florecilla y mis ojos tenían el mismo color.

Mi abuelo estaba jubilado y se había trasladado a España, por el clima que es mucho más cálido. Se compró un  terreno en Málaga, construyó una magnifica casa y se dedicó al cultivo de las plantas. Hizo de su afición su negocio.

Ahora es el mío. Tengo varios trabajadores ayudándome, en el Vivero. Juan y Pablo, son mis mejores amigos. Nos conocimos en el instituto de aquí. Siempre nos hemos llevado muy bien. Han sido un apoyo para mí todos estos años. Y en estos momentos tan duros que he vivido tras la muerte de mi amado abuelo.
El pobre era muy mayor y el corazón le falló cuando dormía. Se le veía feliz. Creo que todos los años que convivimos nos dimos amor mutuamente.

Voy a vestirme, el día está triste, pero no hace mucho frío, con unos pantalones largos vaqueros, un jersey y mis botas, comenzaré un nuevo día.

Me miro en el espejo y sonrío. Tengo que animarme. Mi trabajo y mis amigos me esperan. Sin contar con lo que estoy más orgullosa: mis queridas plantas, flores y árboles. Son como mi familia. Los cuido, los veo crecer…

Bueno mi gatito, Piki, también me da muchas alegrías. Es un tigre pequeñajo, tiene los ojos más verdes que he visto nunca y unas rayas azul-grisáceas con el pelaje blanco, preciosas. Es un encanto de animalito, es todavía pequeñito, me lo regaló una amiga  hace poco. Es muy cariñoso y no se separa de mí. Todas las noches duerme conmigo. No sé qué haría sin él.

-Vamos, Piki. Te daré tu lechita, tienes que hacerte un gatito muy hermoso. Si no comes, te quedarás tan chiquitín, que hasta las ratitas querrán, hacerte ñam, ñam. (Miau, miau….) Ya te oigo, tienes mucha hambre. Enseguida tendrás tu tripita rellenita.

Bajé a la cocina, le di de comer a Piki, y salimos al aire invernal. Abrí el portón de la verja. Dentro de poco llegarían, Juan y Pablo.











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