VioletaRelatos Románticos y Fantásticos.
Volumen I
Ana |
Edición en formato digital: mayo de 2011
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, http://www.cedro.org) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. |
PARA MIS TRES AMORES, MIS HIJOS ANA Y RAÚL Y MI MARIDO JUANJO, SIN ELLOS HUBIERA SIDO IMPOSIBLE CREAR ESTAS HISTORIAS.
Está lloviendo. Es invierno. Los días se hacen demasiado cortos. Me encanta vivir en la casa de mi abuelo. Le echo mucho de menos. Hace tres meses que el pobre murió. Ha sido como un padre para mí.
Estos últimos años, me ha dado una sabiduría y una paz que no había conocido nunca. Era un hombre muy bueno, cariñoso y alegre. Siempre me hacía reír. Me enseñó a amar las pequeñas cosas de la vida y a disfrutar de ellas. Sigo sus consejos. Cada mañana me levanto y pienso en el nuevo día que me espera. Me ducho con agua calentita, tomo un buen desayuno, con zumo de naranja, mis tostadas con mermelada de melocotón y un tazón de café recién hecho. Ya me siento mejor. Sonrío al recordar los buenos momentos que he vivido con el abuelo. Cuánto le agradezco el hogar que me dio cuando murió mi madre.
Yo tenía catorce años. Nos alojábamos en Boston, mi madre era americana y egiptóloga. Viajaba continuamente a Egipto, claro está. En verano siempre me llevaba. Nos sumergíamos en un mundo de aventuras y descubrimientos que nos hacía sentir muy dichosas. Estábamos muy unidas, a pesar de las largas separaciones. A veces nos confundían por hermanas. Aunque ella era un poquito más baja y rellenita que yo. Tengo sus mismos ojos color violeta y el pelo muy rubio como el trigo, en verano se aclara tanto que es casi albino. Mi nariz es un poco chatita y graciosa. La piel es morena. Los labios carnosos y rojos. Los he heredado de mi padre, el era egipcio y conoció a mi madre cuando era muy joven, tendría dieciséis años. Fue amor a primera vista. Se casaron allí y nací yo. Por desgracia no tengo muchos recuerdos de él, murió pilotando su avioneta. Su trabajo consistía en hacer recorridos por Egipto y tomar datos, era topógrafo.
Mi pobre madre jamás se recuperó de la tragedia. Regresamos a Boston las dos solas y allí empezó a dar clases en la Universidad de Arqueología.
De vez en cuando regresaba a las afueras del Cairo, a nuestra antigua residencia. Nunca quiso venderla, allí pasaba largas temporadas haciendo investigación, excavando y preocupándose por la educación de los más pequeños del poblado.
Mientras, yo estudiaba en un internado para señoritas, muy famoso. Aprendí algunos idiomas, como el francés y el alemán. Ya conocía el egipcio y el inglés gracias a mis padres.
Mi educación fue muy sofisticada, desde tocar el piano y el arpa, hasta aprender deportes, como la equitación o la esgrima.
Las compañeras se portaron conmigo fantásticamente, a pesar de ser un poco más morena de piel que las demás.
Les llamaba la atención mi contraste de colores. Decían que mis ojos eran exóticos y llamativos, resaltaban mucho. Y todas deseaban tocar mi cabello. Les parecía oro líquido, tan suave como la seda.
Hasta que una tarde muy fría de invierno en Boston, me llamaron al despacho de la directora del internado. Pensé que me iba a felicitar por mis excelentes resultados como estudiante.
Cuando me entregó un telegrama y me dio unas palmaditas en la cabeza con mucha pena reflejada en su cara, supe que algo malo pasaba.
Leí el telegrama y me desvanecí.
No recuerdo nada más. Hasta que un día abrí los ojos y mi abuelo estaba junto a mi cama, en una habitación de hospital. Me habían estado sedando por un ataque de nervios.
Me miró y me dijo: -mi niñita vamos a comenzar una nueva vida. Estamos los dos solitos. Te vendrás conmigo a España y te prometo que te haré feliz.
-Abuelo. No sé si tendré fuerzas para acompañarte. No me siento bien. El pecho me duele mucho.
Me cogió de las manos y me las beso. -Sé que puedes conseguirlo. Debes hacerlo por ti primero, luego por tu viejito y después por tus amados padres. Ellos no querrían que te sintieras triste. Su deseo más profundo era que su hijita siguiera siendo feliz y que los recordara con amor y alegría. Ellos son tus Ángeles de la Guarda, te acompañarán siempre, estés donde estés.
-Gracias, abuelo. Iré contigo por vosotros. Todavía no estoy preparada para irme por mí. Algún día lo conseguiré.
Y aquí estoy, en Málaga en la casa que me dejó mi querido abuelo, sin él, jamás me hubiera recuperado.
Todo lo que soy ahora como mujer a mis dieciocho años, no lo sería sin su amor, protección, alegría y el oficio que me enseñó y legó: amar a las plantas, flores, árboles…
Respetar a toda la naturaleza, a las personas y animalitos.
Todavía nos he dicho que mi nombre me lo puso él, me llamó Violeta, porque parecía una florecilla y mis ojos tenían el mismo color.
Mi abuelo estaba jubilado y se había trasladado a España, por el clima que es mucho más cálido. Se compró un terreno en Málaga, construyó una magnifica casa y se dedicó al cultivo de las plantas. Hizo de su afición su negocio.
Ahora es el mío. Tengo varios trabajadores ayudándome, en el Vivero. Juan y Pablo, son mis mejores amigos. Nos conocimos en el instituto de aquí. Siempre nos hemos llevado muy bien. Han sido un apoyo para mí todos estos años. Y en estos momentos tan duros que he vivido tras la muerte de mi amado abuelo.
El pobre era muy mayor y el corazón le falló cuando dormía. Se le veía feliz. Creo que todos los años que convivimos nos dimos amor mutuamente.
Voy a vestirme, el día está triste, pero no hace mucho frío, con unos pantalones largos vaqueros, un jersey y mis botas, comenzaré un nuevo día.
Me miro en el espejo y sonrío. Tengo que animarme. Mi trabajo y mis amigos me esperan. Sin contar con lo que estoy más orgullosa: mis queridas plantas, flores y árboles. Son como mi familia. Los cuido, los veo crecer…
Bueno mi gatito, Piki, también me da muchas alegrías. Es un tigre pequeñajo, tiene los ojos más verdes que he visto nunca y unas rayas azul-grisáceas con el pelaje blanco, preciosas. Es un encanto de animalito, es todavía pequeñito, me lo regaló una amiga hace poco. Es muy cariñoso y no se separa de mí. Todas las noches duerme conmigo. No sé qué haría sin él.
-Vamos, Piki. Te daré tu lechita, tienes que hacerte un gatito muy hermoso. Si no comes, te quedarás tan chiquitín, que hasta las ratitas querrán, hacerte ñam, ñam. (Miau, miau….) Ya te oigo, tienes mucha hambre. Enseguida tendrás tu tripita rellenita.
Bajé a la cocina, le di de comer a Piki, y salimos al aire invernal. Abrí el portón de la verja. Dentro de poco llegarían, Juan y Pablo.